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La autora.
Medellín (Colombia), 1980. Estudió Antropología y Derecho en la Universidad de los Andes. Hizo posteriormente una maestría de Estudios Latinoamericanos en la Universidad Autónoma de Madrid. Trabajó en el sector de los museos, en periodismo y en proyectos editoriales. En la actualidad dirige Piñón de Oreja, una agencia de proyectos culturales, fundada en Medellín.
La Obra.
De familia, de eso le viene. ¿Quién puede olvidarse del libro El olvido que seremos y de su autor Abad Faciolince? ¡Cuántas veces no habré recomendado ese libro! Y de María Isabel conozco, además, a su hermana Verónica, con la que coincidí en el Instituto Nacional de la Salud (Bethesda, hace ya…); ella fue quien me regaló el libro. Éramos jóvenes y luchábamos por ser mejores. Y ahora me encuentro con esta escritora, de apellido consagrado, y he de reconocer que para tratarse de su primera novela, lo hace bien, diría que más que bien. Pues eso: de familia. Y de paso: se me ocurre pensar que el mundo se está quedando inmensamente pequeño.
Tengo una especial querencia por Colombia. Conozco algunas ciudades y lugares de ese hermoso país: Medellín, Cali, la zona cafetera y, por supuesto y por fin, Cartagena de Indias, la Ciudad Inmóvil de Efrain Medina –no me hubiera gustado nada despedirme de este mundo sin conocer esa hermosa ciudad colonial-. Añadan: las personas de Colombia son hermosas por fuera y por dentro, la gente más cercana que he encontrado nunca.
¿De que va el libro? Década de los ochenta. Raquel, una joven de unos 28 años, permanece recluida en el Hotel París, una casa de reposo situada a las afueras de Medellín– un supuesto recinto para locos-. Raquel, una mujer aferrada a su cojera y tachada de loca, presiente que la única manera de recuperar la estabilidad es enfrentándose a los secretos y a las heridas no sanadas de su pasado. La realidad que se le ofrece es la de una numerosa y variopinta familia, tras la que subyace la ambición y un pasado de momentos turbios. Según va estableciendo lazos con las personas que le rodean en el Hotel París logra desentrañar un secreto y encontrar, sobre todo, al amor.
Nos enfrentamos a una obra cuya trama resulta bastante más compleja de lo que pudiera preverse de sus inicios. Se trata de una historia sobre la locura que termina envuelta en un realismo mágico tan propio de los entornos en los que el nivel cultural fomenta la creencia en lo sobrenatural, en lo fantástico, en la fabulación, fuente de inspiración para tantos escritores hispanoamericanos y de algunos de mi tierra Galicia, donde aseguran que existió el “hombre lobo”. Y enfrente todo “un nuevo mundo”: “Otros nuevos dioses se juegan su suerte, les imponen una agenda de sentimientos, les dicen de quién pueden ser amigos y de quién no, ¡que no vaya a ser negro!, se enamoran como mandan las revistas de una mujer hacendosa, ¡que no vaya a ser gorda!, hacen el amor como en las películas, todo lo hacen por escrito, viven metidos en los aires acondicionados, se horrorizan cuando alguien toca la comida, a todo le echan mayonesa, hacen viajes para conocerse, ven a las estrellas en el periódico, piensan que el único patrimonio es la plata, tienen la memoria de los pescados, miran el reloj cada minuto y a sus hijos les compran tenis como si tratara del pan nuestro de cada día.”
A lo largo de la lectura de este libro nos encontraremos con pasajes entrañables, con descubrimientos: “El que no dice la verdad a los otros está, en últimas, negándoles su amistad” o “-Y entonces, ¿qué son las fronteras? – Son ficciones” y también con situaciones conmovedoras, con momentos entrañables. La escritora resulta evidente que domina los diálogos y que, si lo pretende, nos dará más oportunidades de ensalzarla. Talento: le sobra.
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