Nació en la Galicia profunda, en Santa María da Pena, una aldea de Sarria (Lugo, España) algunos años después de que finalizara la guerra civil (incivil) de 1936, en el seno de una familia de campesinos. De sus padres heredó el reconocimiento por todo lo que significaba esfuerzo, la lucha por superarse. No llegó a conocer a sus abuelos pero si conectó con la memoria de su bisabuelo paterno, médico, la cual permaneció muchos años muy viva en todo el entorno en el que había ejercido su profesión. La infancia transcurrió entre las labores propias del campo y la escuela de la aldea, con raras visitas a la capital del municipio donde los niños no llevaban zuecos y comían “pan blanco”. A los diez años lo llevaron al internado de un colegio de la capital de la provincia (mejor no decir el nombre, eran otros tiempos), donde no le quedó más remedio que afrontar las costumbres y las reglas de un nuevo mundo contra el que se rebeló en más de una ocasión, hasta el punto de que en legítima defensa se vio involucrado en múltiples trifulcas, una de las cuales fue recompensada con un encierro permanente (sin recreos) durante un mes, y de ahí parte precisamente, en gran medida, su vocación literaria; nació del aburrimiento (poemas garabateados durante interminables horas le ayudaron a superar aquel vacio de su vida) y de la injusticia. (La vocación de médico ya se había generado a través de la influencia del recuerdo de su bisabuelo). Tampoco sería justo olvidar la acción motivadora hacía el mundo de la literatura ejercida por uno de sus profesores, Don Antonio Guitián, del que guarda, me confesó en repetidas ocasiones, la imagen de su rostro con nitidez fotográfica (de los demás olvidó hasta su nombre) y el mejor de los recuerdos. También en más de una ocasión le escuché decir: “No tengo conocimiento de haberme sentido alegre y feliz en ningún momento de mis años escolares”. Nada extraño, incluso lo normal en aquella época, donde muchos detentaban la más absoluta potestad para amargar e intimidar a conciencia.
Una vez en la Universidad de Santiago de Compostela, ya en la mitad de la carrera de medicina, se dio la feliz coincidencia de encontrarse con un compañero de curso, Francisco Cerviño González, una persona con preocupaciones que iban más allá de las habituales (el entusiasmo entre los jóvenes es un fenómeno contagioso) y fue a través de su mediación como llegó a conectar con una nueva realidad y desempeñar el cargo de delegado de actividades culturales del llamado Sindicato Democrático Estudiantil de la Facultad en un momento especialmente comprometido, el mítico 1968. Tal circunstancia sirvió para reavivar sus inquietudes literarias. Después llegaron años en que los avatares profesionales le obligaron a centrarse exclusivamente en la medicina, dado que se había decidido a seguir la difícil trayectoria de la carrera docente, en un momento en que tal empeño estaba reservado para muy pocos. Culminada su trayectoria universitaria que le ha llevado al reconocimiento internacional sustentado en numerosas publicaciones en las revistas más importantes de su especialidad (www.endocrinologiapediatrica.com) y, sobre todo, en un Tratado de Endocrinología Pediátrica de amplia difusión en muchos países, de nuevo encontró momentos en su tiempo (fundamentalmente vacaciones) para su afición favorita: la literatura.
Poseedor de un estilo propio. Detrás de la precisión de su prosa: ironía y pinceladas de humor (muy propio de un gallego), rebeldía y sinceridad (no es propenso a inclinarse hacia donde se halla el centro de gravedad). En definitiva, proclive al pensamiento profundo e inteligente.
Amante de su tierra, un gran admirador de Cioran, y de los libros y de los libreros de viejo.
A punto de ver la luz su más reciente libro Nuevas Pomberías, se encuentra muy próximo a dar por finalizada, en disposición prácticamente de poder ser entregada al editor, otra obra en la que se abre a una nueva faceta, el cuento (Cuentos propios y extraños).
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Un viejo amigo
(Con autorización para tres cosas: viejo, amigo y texto) |