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Hasta el día 26 de
este mes permanecerá abierta en la Casa
de la Parra una exposición dedicada a
la obra de nuestro gran escritor Álvaro
Cunqueiro, con motivo del centenario de su nacimiento.
De sus hijos, César (Mondoñedo,
1941), también autor a su vez de varios
libros de poesía y narrativa, y Álvaro
(Madrid, 1944) fui compañero de pensión
en mis años de estudiante en Santiago
de Compostela. El primero de ellos me había
facilitado todos los recortes de una columna
titulada El envés, una sección
que su padre, capaz de ver la cara oculta de
la realidad («Hace un año que en
esta misma página de Faro de Vigo
publico esta breve sección cotidiana
que titulé El envés,
por un cierto gusto que yo tengo de verle el
otro lado a las cosas y dar noticias de él»),
escribía en el periódico Faro
de Vigo. Esa serie de artículos,
colección muy apreciada por mí,
acabaron despareciéndome con otras pertenencias
que nunca olvidaré, por culpa de unas
obras que se hicieron en la casa de la aldea
donde nací y viví durante mis
años jóvenes, estando yo ausente.
Nació don Álvaro, padre, el 22
de Diciembre de 1911 en la villa de Mondoñedo,
capital que fue de una de las siete provincias
históricas gallegas y ciudad episcopal,
situada en una de las laderas de un valle entre
montañas cuajadas de iglesias y monasterios,
donde el clero tuvo mucho poder y dejó
su sello imperecedero. Hijo de un boticario
aficionado a la caza, con negocio de Farmacia,
en cuya trastienda se celebraban tertulias a
las que acudían las fuerzas vivas del
pueblo, o séase canónigos y médicos
y, por supuesto, también cazadores, es
seguro que las historias que allí se
contaban más de una vez habían
de despertar la imaginación del joven
Alvarito. Con experiencias así, las propias
de tantas otras reboticas, a las que hemos de
sumar la de tener una madre sumamente divertida,
poseedora de una enorme fantasía, y dada
a entretener a los niños con cuentos
y romances, no se puede considerar como nada
extraño que en los días tristes,
casi mágicos, por allí bastante
frecuentes de lluvia, nieblas y largas noches,
donde "el frío viento del Norte
gris y salobre, muge como una vaca", se
despertaran en su mente y cobraran vida propia
aconteceres más propios de sueños,
tales como visiones de sirenas enamoradas, de
cuervos parlantes, afanes de viajes prodigiosos
e incluso surgieran, como por ensalmo, leyendas
de los viejos tiempos artúricos y carolingios.
Tales antecedentes fueron los seguros condicionantes
de que el escritor llegara a alcanzar pronto
fama de buen tertuliano y de buen contador de
fábulas e historias, tantas veces quizás
desgranadas mientras escanciaba unas tazas de
vino do Ribeiro ("Os viños son o
sangue luxoso da civilización cristiá
occidental") y jugaba una partida de cartas.
En el ambiente popular se le consideraba como
amigo de las tabernas y dado a disfrutar del
buen comer y, no sé si por eso, mucha
gente, sin conocerlo realmente ("el noventa
por ciento de lo que me atribuyen es falso"),
se mostraba propensa a infravalorarlo, aunque
en mi caso alguien me había hecho saber
que, por el contrario, en Cataluña lo
tenían en alta estima.
En mis años mozos, cuando lo intenté
leer se me hacía cuesta arriba, me encontraba
con demasiados mitos y dioses, merlines y ginebras,
muertos resucitados, y vagares por carballeiras
y caminos donde la santa compaña deambulaba
a sus anchas, aunque era consciente de lo que
él intentaba era reflejar, desde su elevado
nivel cultural, lo que la misma gente, a su
manera, transmitía en la ya citada botica
de su padre, en los bares de su tierra natal
o en los de Santiago de Compostela, a donde
se había desplazado para estudiar Historia
en la Facultad de Filosofía y Letras,
carrera que nunca terminó. Después
de una estancia de varios años en Madrid,
no exenta de percances y sinsabores, regresó
a su villa natal y comenzó a colaborar,
dicen que gracias a la intercesión de
su amigo Francisco Fernández del Riego,
en el diario compostelano La Noche,
de inolvidable recuerdo ya que representó
el resurgir de la cultura gallega de postguerra,
y, poco a poco, en otros diarios gallegos. Terminó
siendo director del diario El Faro de Vigo.
Escritor multifacético, recreador de
figuras y mitos, inusitada capacidad para tratar
los elementos populares y para incorporar las
técnicas propias de la oralidad. Su grandísima
aportación literaria terminó siendo
reconocida a través de algunos homenajes,
menos de los que se mereció. Fue un adelantado.
Realismo mágico a la altura de los años
cercanos al 1940, un escritor fuera de su época,
incluso un incomprendido por parte de los suyos
durante bastante tiempo, como tantas otras veces
ha sucedido y sucederá. Hoy un clásico
y un motivo de orgullo para Galicia, pues con
su obra contribuyó a prolongar los sueños
y la esencia de nuestro país. Bien podían
haberle concedido el Nobel. Fue enterrado en
un día de bruma y lluvias en la misma
ciudad que lo vio nacer. Sobre la lápida
de su tumba una sencilla inscripción:
"Eiquí xaz alguén que coa
súa obra fixo que Galicia durase mil
primaveras máis"
.
Manuel
Pombo
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