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El autor.
Ver Octubre 2020.
Imagen: Landero, año 2017 (Tomada de Wikipedia)
La Obra.
Mucho antes de lo previsto, he cubierto el cupo de reseñas correspondiente a la etapa 2020-2021. Lo hago en los días finales de este julio (2020) de pandemia y, por lo tanto, mis potenciales lectores se encontrarán conmigo en este texto exactamente dentro de un año, eso espero. Cerramos con un escritor del que ya habíamos comentado una novela en mayo del 2015 y otra en octubre del 2019, que nos habían gustado, convirtiéndolo así en el escritor del que llevo escritas más reseñas. Algún motivo habrá detrás de ese hecho. Ahora lo seguimos encontrando fiel a su línea. Lo que quiero significar con eso es que Landero escribe bien, que ya es un decir. Sí, bien pudiera ser esa la razón de mí especial dedicación a este autor. De la presente edición no me gustó la portada y sí el tipo de letra, grande, que contribuye a que se lea el libro casi de una sentada.
Según asegura el mismo autor, el argumento de su obra se basa en un hecho real. Y bien, eso me da un poco igual, porque el que más y el que menos reconocerá en sus páginas la vida de todos los días, con sus miserias, con sus hipocresías, tantas veces al lado de uno mismo en mayor o menor grado: las familias con sus miembros, de los que cada uno conduce “su” realidad a donde más le conviene – fiel demostración de cómo la memoria distorsiona la realidad- y donde cada vida será interpretada a su manera dependiendo de quien la considera, de cuando y hasta desde donde. Rencores insalvables que no rara vez nacen de cualquier tontería y que pueden convertir un matrimonio en un infierno, simplemente porque uno de ellos odia del otro que haga ruido al comer. La vida es así de simple y de complicada, lo que quizás sirva para evidenciar que no ha pasado tanto tiempo desde que dejamos las cavernas. Y bueno, de eso va este libro, no de nuestros primitivos precisamente, sino de una familia de nuestros días: de Aurora, el paño de lágrimas de todos; de sus cuñadas, Sonia, forzada a casarse con solo 15 años, y de Andrea, la no afortunada físicamente, la soltera, la envidiosa, y de la pareja de Aurora, Gabriel, el hermano de las anteriores, el predilecto, al que se servía primero la comida, el afortunado, el escogido. También está la otra, la madre de los tres hermanos, Sonia, pesimista, agria, dominante, insensible y viuda; y está Horacio, un tipo que se acaba descubriendo como siniestro y me quedo corto, ex pareja de Sonia, la hija, claro. Pero sobre todo está Aurora, lo quiero reafirmar.
La historia se abre con la feliz ocurrencia de Gabriel proponiendo una comida para celebrar el ochenta cumpleaños de su madre. Objetivo: reencontrarse con sus hermanas y olvidar las antiguas rencillas que los han mantenido distanciados durante tantos años. Pero el hombre propone y Dios dispone. A veces las cosas pueden comenzar impulsadas por una buena intención y acabar como el rosario de la Aurora -innecesario a todas luces lo de nunca mejor dicho-, debido en este caso a una lluvia fina de antiguas querellas, de forma que lo que comenzó por cuatro gotas termina formando un poderoso cauce que puede acabar desbordándolo todo. Y, en efecto, no sé para qué lo digo: esta historia acaba francamente mal, quizás por eso de que en realidad, de una manera o de otra, “la vida se resuelve siempre en fracaso” y quizás, precisamente por eso mismo, al final, Aurora ya no tenga ninguna prisa por buscar “el silencio inmortal”.
Una novela, una historia repleta de lugares comunes, de sucesos de la vida de todos los días, muy bien contados, con personajes claramente definidos y anclados en un andamiaje en el que las voces se superponen dando igual el tiempo y el lugar, que, en definitiva, acaban confluyendo en ese personaje en el que desahogan todos: Aurora.
A mí esta novela me gustó, sin más, por su realismo, por lo que tiene de verdad y, hasta me atrevo a decirlo, de actual. No me siento proclive a tirar cohetes, que ya estoy muy harto de las solapas y contraportadas: el mejor, el mayor, uno de los grandes…, que a más de uno se le tenía que caer la cara de vergüenza, ya que a esta obra no le espera el recuerdo imperecedero, seamos sinceros. Ahora bien, Luis Landero no defrauda, y eso ya es mucho.
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