|  | El autor. Nació en Medellín (Colombia), en 1958. Estudió Lenguas y Literaturas  Modernas en la Universidad de Turín (Italia). Colabora regularmente en prensa.  Es director de la Biblioteca de la Universidad Eafit. Entre otras publicaciones  destacan los siguientes libros: Asuntos  de un hidalgo disoluto, 1994; Tratado  de culinaria para mujeres tristes, 1997; Fragmentos de amorfurtivo, 1998;  Basura, 2000; Angosta, 2003 y El olvido que seremos , 2006. Ha recibido varios premios y ha sido  traducido a varios idiomas.   Para  suscitarme esta consideraciones, en el inicio de mis vacaciones  veraniegas,  me ha servido la novela de  Abad Faciolince, una obra apegada a las entrañas de la naturaleza, de la vida, sin  artificios, de una gran sensibilidad. De momento, ya va en la segunda edición  en España. Se la recomiendoLa Obra.
 
  
 Un día llegué a la pujante ciudad de Medellín invitado  para pronunciar una conferencia en una reunión científica. Allí me encontré con  una compañera de apellido Abad, con la que había coincidido durante una  estancia realizada por ambos en el Instituto Nacional de la Salud de los EE.UU.  Le pregunté si era familiar del escritor (se confirmó) y si me podía acercar a  una librería de viejo, de nombre Palinuro (los libros siempre, viejos y nuevos,  son mi debilidad). En el negocio - no sé ya si los libros lo son- pude observar  y obtener una copia de la fotografía que incorporo a este texto, en la que  aparecen sus dueños: Elkín
  Oregón, Sergio Valencia, Luis Alberto Arango y  Héctor Abad Faciolince (jersey de rayas). Allí compré el libro El olvido que seremos de Héctor Abad, de  quien precisamente llegué a leer  por  aquellos días, casualidades de la vida, un artículo suyo  en un periódico de su tierra, El Espectador,  en el que aseguraba que España era el país que más quería después de Colombia. En La  Recomendación aparecida en su día en esta Web  con respecto a esa excepcional obra, El olvido que seremos, dejé escrito lo  siguiente: “Un triste título para un texto cargado de dolor pero también de  esperanza, de ternura y de amor”. Un libro que me he cansado de recomendar, lo  mejor que pudo ofrecerme Colombia, un país que pordiferentes razones  me ha dado mucho y que,  para mí, es uno de los de América donde los  españoles somos mejor acogidos. Mi única frustración en esta visita fue no  poder conocer a Abad Faciolince, el escritor que tanto admiro. En un correo  electrónico que me envió abrió puertas a mis deseos, con hermosas palabras: “Algún  día, seguramente, nos veremos, a este o a ese lado de la sangre”. 
 
  Pasado algún tiempo, no mucho después, hice un segundo  intento de encontrarme con él. En esta ocasión aproveché mi responsabilidad  como organizador de una reunión científica que se iba a celebrar en Armenia,  situada en las fértiles y sorprendentes tierras de la zona cafetera de  Colombia, reconocidas como Patrimonio de la Humanidad. Lo invité a inaugurar el  evento con una conferencia humanística, muy acorde con los afanes tan propios de  los médicos (“El médico que sólo sabe medicina ni medicina sabe”). Otro  fracaso, tampoco en esta nueva coyuntura me fue posible llegar a conocerle, ya  que la reunión coincidió con una larga estancia del escritor en la ciudad de  Berlín. Quizás nos quede aún una tercera posibilidad, la que aseguran de la  vencida, quien sabe. En todo caso tuve la ocasión de conocer una Colombia diferente,  única, conecté, por fin, con la realidad de esas tierras y con  su verde, esas tierras y ese verde que tanto  protagonismo adquieren en la última novela del escritor, en La Oculta. Así que lo voy siguiendo, me  acerco a él a través de sus escritos, de sus pasos y de los míos acompañando y  compartiendo tanta vida que nace de sus libros y también, de alguna manera lo  siento así, a través de mis hallazgos hermosos (Cartagena de Indias incluido)  cada vez que visito su país. Váyase a saber, quizá nuestro encuentro no esté  tan lejos, en algún recodo de nuestro camino, porque la vida, si lo pretendes,  está llena de casualidades. 
 Este nuevo libro no se puede  comparar con El olvido que seremos,  ni el propio autor se lo propuso. Eso no quiere decir que no exista algo que  los une, un trasfondo que se podría decir casi inevitable: los aconteceres trágicos  que tanto han marcado a Colombia. La novela relata la historia de  tres hermanos: Pilar, una mujer que se  mantiene con firmeza asentada en las viejas tradiciones, chapada a la antigua;  Eva, una madre soltera con continuas relaciones sentimentales, y Antonio, un  gay que vive con su pareja en Nueva York, añorando su tierra. Son los últimos  en heredar una finca familiar, La Oculta, situada en la verde y montañosa  región de Antioquia, con las que están involucrados de maneras muy distintas y  que encierra para ellos el pasado, el presente y el futuro. Todos cuentan la misma historia de manera diferente,  según el filtro de su propia experiencia.
 Abad escribe un español (los que dicen castellano, tratan  de desmerecer con frecuencia el trascendente hecho de su universalidad)  inmejorable. El escritor fue capaz de mimetizarse con el mundo, tan diferente,  de cada personaje, logrando que nos resulten creíbles. Los tres protagonistas  no se encuentran, cada uno se enfrenta a sus propias preocupaciones. Se puede decir  que su creador jugó a ser cada uno de ellos, logró meterse en su pellejo, y el  lector acaba viéndose sorprendido por la evidencia de que la tarea no era nada  fácil. La obra constituye un canto a la nostalgia, a la tierra que formó parte  íntima del ser de los que allí vivieron y que los marcó  para siempre.
 
 
  Una vertiente de este libro que considero no debe pasarse  por alto son los planteamientos muy explícitos que los personajes hacen, en  función de su forma de entender la vida, con respecto a diferentes situaciones  que hoy tanto tipifican, ya que dependiendo de cómo se afronten pueden  catalogarte o no de ser un anticuado. Lo que quiero resaltar a título personal,  y los personajes del libro me incitan a ello,   es que en la actualidad nos enfrentamos a un mundo en el que las  verdades que se venían considerando incontrovertibles ahora están  siendo cuestionadas, con el aval decidido de los políticos que se las dan de  progresistas, y vienen disfrazadas de un nuevo lenguaje que quiere vendernos  modernidad, cuando lo que esconde, en mayor o menor medida, es la tendencia a  un egoísmo de la más baja condición que nos recuerda  a Nietzsche: “Donde vosotros veis cosas  ideales, veo yo ¡cosas humanas, ay, solo demasiado humanas!” Para los incautos, los tergiversadores  y los extremistas, añadamos que ninguna   razón justifica que no se deban respetar las diferencias y que no seamos  conscientes de que la tolerancia bien entendida es una virtud. Dicho lo cual,  desde el balcón de la vida de quien ya le da igual lo que le llamen, te  aconsejo que procures ser tu mismo. No te amoldes a comulgar con ruedas de  molino, evita convertirte en uno más aunque todos los que te rodean, tus  amigos  te digan, no seas bobo, calla,  mantente en lo políticamente correcto, mira para otro lado, procura no ser tachado  de antiguo, que no cuenten de ti que eres un retrógrado, mantente en la  comodidad de hacer la vista gorda: te irá bien; procura ser insolidario,  egoísta, consumista, disfruta: te irá bien; deja que tus retoños campen a sus anchas,  que hagan lo que quieran: te irá bien; despreocúpate de tu futuro,  entrégate solo a disfrutar del presente.  Pero (los peros de la realidad de la vida)…  llega siempre el día en que todos debemos pagar la factura, y muchos se  encontrarán con las manos vacías, mirarán y no habrá nadie, y se encontrarán  solos,  sin saber donde terminar con sus  huesos, salvo que aun les quede suficiente como para pagarse el asilo.
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