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El autor: Nació en
Kassa (1900), una pequeña ciudad húngara
que hoy pertenece a Eslovaquia. Abandonó definitivamente
su país en 1948 con la llegada del régimen
comunista. Emigró a los Estados Unidos. La prohibición
de su obra en Hungría hizo que el nombre de quien
hasta ese momento estaba considerado uno de los escritores
más importantes de la literatura centroeuropea
cayera en el olvido. Hubo que esperar varias décadas,
hasta el ocaso del comunismo, para que este extraordinario
escritor fuese redescubierto en su país y en
el resto del mundo. Sándor Márai se quitó
la vida en 1989 en San Diego, California, pocos meses
antes de la caída del Muro de Berlín.
La obra: Nació Márai en una fecha señalada,
con el comienzo del siglo XX, un tiempo histórico
que tiene como un hito el asesinato de Carlos I de Austria,
IV de Hungría y III de Bohemia, al que la Iglesia
Católica lo designa como Beato Carlos de Austria,
Emperador y Rey. (El heredero de ese hombre, del último
emperador austrohúngaro, Otto de Habsburgo, falleció
precisamente este año, el 4 de Julio, a los 98
años en Baviera, donde residía). Márai
se dedicó desde siempre en cuerpo y alma a lo
que le gustaba: su vocación literaria. Desde
joven puso en ello sus facultades y todo su empeño,
volcando en ese exclusivo objetivo sus habilidades y
su mucha sabiduría, nacida de la atenta observación
de los sentimientos y las relaciones humanas. Todo eso
se nota y queda reflejado en Confesiones de un burgués.
Desde muy joven -siempre fue mal estudiante por demasiado
curioso y avispado- lo sedujeron la lectura y el periodismo.
Su padre, un destacado abogado de la ciudad húngara
de Kaschau (hoy en Eslovaquia con el nombre de Kosice),
le permitió salir al extranjero en cuanto tuvo
edad de estudiar. Hasta los 23 años, cuando se
casó con una mujer judía y de acaudalada
familia burguesa, Lola, a la que amó intensamente
y con la que convivió hasta la muerte de ella,
sesenta años después, Márai residió
en Budapest y en varias ciudades alemanas (su lengua
materna era el húngaro, pero dominó desde
pequeño el alemán), Leipzig, Weimar, Múnich
y Berlín, que fueron sus escuelas de vida y sabiduría.
Allí pasó unos años de aprendizaje
bohemio, entre escritores y cafés de artistas,
ganándose a duras penas el sustento con la escritura
de artículos periodísticos, crónicas,
prosas breves y poemas. Después se fue a París.
Recaló en Florencia. Cruzaba a Londres. Iba y
volvía sin más fundamento que el del impulso,
que el de sentir que ya estaba, que tenía que
partir. Se empeñó siempre en comprender
el carácter de los pueblos, y las coyunturas,
que lo recibían. Así, nos hace ver cómo
el orden y la disciplina constituyen las características
más definidas de los alemanes, y su desorden
interno lleno de mitos violentos, que contrasta claramente
con el caos francés y su limpidez interior, grandiosos
en la literatura, muy ahorradores y creyéndose
el ombligo del mundo. Dedica páginas memorables
a los ingleses. Anduvo con mujeres, y se casó
joven, con Lola, como ya hemos dicho. Frecuentó
cafés y ambientes aristocráticos, fue
solitario, y confiesa que tímido. Vivió
de remesas paternas, se dedicó al periodismo.
Fue alcohólico, tuvo un auto, alquiló
apartamentos lujosos en una Alemania inflacionaria por
el mismo precio por el que después pagaría
por buhardillas francesas donde los caseros veían
mal que se bañara seguido. Habla, claro está,
de literatura, de la relación de esta y la vida.
Del trayecto y los motivos que lo llevan a escribir,
del sentimiento hacia la propia obra, del pensamiento
acerca de ella. Todo esto aparece en Confesiones
de un burgués, que aunque en una nota al
comienzo del libro el autor dice que los personajes
del libro son figuras inventadas y que no viven ni han
vivido nunca, lo cierto es que la sensación que
da es justo la contraria, la de una auténtica
biografía escrita magistralmente y, además,
en una prosa que sorprende por la madurez que destila,
páginas lúcidas, penetrantes, casi impropias
de un escritor que solo tenía 34 años
cuando las escribe. También me encontré
en sus páginas con Unamuno, emigrante forzoso,
y su “suave sonrisa de sabio”, intentando
consolar a sus compañeros de lucha y confiando
en el futuro de España. También, de pasada,
nos habla de Francesc Macià, Blasco Ibáñez,
Picasso, etc. Una juventud intensa la de Márai,
bastante viajada, que parece conducirle a ser definitivamente
él mismo cuando, de vuelta a casa (“la
patria de un escritor es su lengua materna”),
fallece su padre, la única persona con la que
“había tenido algo que ver.” Triunfó
en su tierra y, años después, tuvo que
exiliarse pero eso ya no forma parte de la historia
de este libro, lo cuenta en Tierra, Tierra,
la segunda parte de sus memorias. Para mí leer
Confesiones de un burgués constituyó
un auténtico placer
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