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El autor. Nacido
en Lubeca, Alemania, el 6 de junio de 1875 y fallecido
en Zúrich el 12 de agosto de 1955. Escritor alemán,
nacionalizado estadounidense. Es considerado uno de
los escritores europeos más importante de su
generación. Recibió el Premio Nobel en
1929. Su primera gran novela, Los Buddenbrook,
trata de la decadencia de una familia burguesa. En esta
etapa inicial de su obra fijó su atención
en la conflictiva relación entre el arte y la
vida, que abordó en Tonio Kröger,
Tristán y La muerte en Venecia
(obra que supone la culminación de sus ideas
estéticas), y que culminaría con posterioridad
con Doctor Faustus. En 1905 contrajo matrimonio
con Katia Mann, con la que tuvo seis hijos. Al estallar
la Primera Guerra Mundial, Mann defendió el nacionalismo
alemán, si bien, después, su ideología
evolucionó y se convirtió en ferviente
defensor de los valores democráticos. Testimonio
de ese cambio lo representa la novela La montaña
mágica. Con la llegada de Hitler al poder
se exilió en Suiza hasta 1938, año en
el que se trasladó a los Estados Unidos. Durante
estos años escribió José y
sus hermanos, Doctor Faustus y Confesiones
del estafador Félix Krull (inconclusa).
Murió en Zúrich. Los diarios personales
de Mann, que vieron la luz en 1975, revelan su lucha
interna contra una homosexualidad siempre latente, como
refleja incluso en algunas de sus obras.
La Obra. Acabo de terminar la lectura
de un grueso libro. Es lo primero que se me viene a
la mente, por algo será. Me parecía imperdonable
no haberlo hecho antes. Una vez finalizado, me siento
con la sensación del deber cumplido y con otra,
no menos importante, la de que si no lo hubiese leído
tampoco hubiese pasado nada. Pero aún así,
sé que hice bien, aunque solo fuera porque me
encontré con páginas actuales y amenísimas,
con la misma vida de la gente que, hoy como ayer, cotillea,
coquetea, se pelea, tratando de olvidarse u olvidándose
de que van a morir. Aparte de que se trata de una obra
francamente extensa y de que, en efecto, le sobran muchas
y muy pesadas páginas, es el producto nada impropio
de alguien que forma parte una población cuyos
miembros él mismo califica de serios y trabajadores
(mientras que a los españoles –san Ignacio
de Loyola de por medio- nos tacha de radicales y al
país de pobre). También me llamó
la atención la exquisita definición de
cada uno de los personajes y, en general, la profundidad
con que se enfrenta al tema que impregna toda la novela:
la enfermedad y la muerte. Por supuesto, y no menos,
me impactó asimismo el gran dominio que demuestra
el autor sobre todo lo relacionado con la patología
tuberculosa, en el contexto de la época. Claro
que, cuando con denodado empeño había
sido capaz ya de sobrepasar la mitad del libro, alguien
me lanzó a bocajarro, que la idea inicial de
La montaña mágica se le había ocurrido
a Thomas Mann a raíz de la estancia de su esposa,
Katia, en el Sanatorio Wald de Davos en 1912, donde
el propio autor había pasado dos meses. Y eso
era lo que me faltaba, pues aparte de no haber leído
a un clásico, ya teníamos otra razón
para sentirnos avergonzados por nuestra falta de cultura.
El argumento, para un libro tan grande, no es nada
complicado. El joven Hans Castorp visita a su primo
Joachim Ziemssen, enfermo de tuberculosis, ingresado
en un sanatorio situado en Davos (en el cantón
de los Grisones de Suiza, hoy lugar famoso por ser la
sede del encuentro del Foro Económico Mundial,
en el que se reúnen las élites sociales
y económicas del mundo, y también por
la celebración de eventos de deportes de invierno),
y acaba sucumbiendo al hermético encanto del
lugar (esto no lo recalco con segundas intenciones).
Una ligera afección lleva a que la estancia,
planeada en principio para siete días, se alargue
primero a siete meses y finalmente a siete años
(en este libro el siete juega evidente papel). Castorp
sólo saldrá de allí para alistarse
en la gran guerra. De ese fundamento temático
van surgiendo capítulos y, dentro de estos, epígrafes
que, en ocasiones, dan la impresión de tratarse
de añadidos que sólo buscan adentrarse
en la consideración de diferentes campos del
conocimiento, tales como la medicina, la filosofía
(el tiempo, sobre todo), la política, la música
y otros, que, y ahí radica la principal causa
que nos lleva a considerar que el libro no sea perfecto,
constituyen en muchos casos auténticas peroratas,
con frecuencia absolutamente desfasadas, que es mejor
saltárselas sin la más mínima vergüenza.
El paisaje se encuentra muy presente, así como
el paso de las estaciones, el cambiante clima. Para
mí el momento más logrado es el de la
muerte de Joachim. Curiosa, en tales circunstancias,
la destacada presencia y hasta loa del consumo de tabaco,
buena prueba del paso del tiempo y de la evolución
de los conocimientos. Las últimas páginas
del libro nos enfrentan con la realidad de la vida,
la de un hombre que al final se encontrará, sin
remedio, con la “gran tempestad” que marcó
su época, una bacanal de muerte que le dejará
muy pocas perspectivas: la Primera Guerra Mundial.
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