Eduardo Zamacois . Un hombre que se va... Sevilla, Editorial Renacimiento.

   
 

El autor. (Pinar del Río, Cuba, 1876 - Buenos Aires, 1971). A los cuatro años se trasladó con su familia a Bruselas y luego a París. Adolescente aún, pasó a Sevilla y más tarde a Madrid, donde frecuentó la Universidad. Abandonados los estudios (primero de Filosofía y Letras y después de Medicina), se dedicó al periodismo y la literatura. A los diez y ocho años publicó su primera novela, La enferma, y a continuación Punto negro. Volvió a Paris donde trabajó en las editoriales de Garnier y de Bouret. Establecido en Barcelona, dirigió la revista Vida Galante; pasó a Madrid y allí fundó El Cuento Semanal y Los Contemporáneos, publicaciones que alcanzaron gran difusión. En 1910 marchó a América, donde recorrió diversas repúblicas. Regresó a España en 1912 y al estallar la Guerra Europea marchó a París como corresponsal de La Tribuna. En 1917 volvió a Hispanoamérica donde dio una serie de conferencias, que luego continuó en el norte de África y Europa. De nuevo en España fue cronista en el frente de Madrid hasta 1937, trasladándose luego a Valencia y Barcelona. En esta última ciudad edita, en 1938, su novela El asedio de Madrid (1938). En 1939, poco antes de la caída de Barcelona en manos nacionales, se exilió en Francia y desde allí se trasladó a México y después a los Estados Unidos y Argentina, donde moriría. Entre su primera producción, de carácter erótico, citamos, además de Punto negro (1897), El seductor (1902) y Memorias de una cortesana (1904). Posteriormente cultivó una novela más humana y realista: Las raíces (1934); Los vivos muertos (1935). Autor de una obra extensa, cabe mencionar también: Memorias de un vagón de ferrocarril (1922); Confesiones de un niño decente (1922); El delito de todos (1933); La antorcha apagada (1935); y un libro de memorias, Un hombre que se va (1964).

 


La Obra.
Quizás estas memorias (publicadas por primera vez en España en 1964) ayuden en alguna medida, que lo dudo, a reavivar la imagen olvidada, mire por donde se mire, de este longevo y prolífico escritor. En todo caso, es su libro más leído.  El silencio que ha rodeado a la figura tan activa e influyente de este narrador en la literatura española del siglo XX  ha sido clamoroso, tal como nos recuerdan Javier Barreiro y Bárbara Minesso, en las páginas introductorias de la obra. Estos mismos autores nos sitúan ante lo que el lector debe esperar de este  libro: “Un hombre que se va… es realmente un paseo entretenido, un viaje ameno a través de poco menos de un siglo de historia y de literatura, cuyos incidentes, de lo más variado, en ningún momento son descoloridos. Acompañar al escritor en este viaje intenso y emocionante es pasar por una «sucesión de novelas», cómicas, sentimentales, galantes, cuya gama de ambientaciones y personajes es muy nutrida.”  Así que a tenor de lo anterior y dado que me sucedió más veces, comencé a creerme, ya desde los mismos inicios de su lectura, que bien pudiera ser poseedor de un especial olfato para cerrar el verano (aunque este comentario vea la luz en pleno invierno) con el libro inesperado o especialmente interesante. Lo más probable: pura casualidad. En todo caso, con este libro, me he despedido de mis días de asueto disfrutando de una lectura placentera. Como el mismo autor nos anticipa, en él te encontrarás con la vida de un hombre que hizo de su vida “Un pasatiempo y una canción.” En la trayectoria de Zamacois juegan un papel decisivo las mujeres (en repetidas ocasiones fue capaz de compartir su vida con varias parejas al mismo tiempo). Se puede asegurar que lo suyo fue zascandilear y meterse en líos,  lo que nos acerca notoriamente a las correrías de Juan Jacobo Casanova y también a sus fugas, en este caso París, Madrid, Barcelona, Nueva York, Buenos Aires, Santiago de Chile, Montevideo, Bogotá, Caracas, Quito, Lima, La Habana (Cuba, un país de «sobremesa»)… Con la evocación de sus recuerdos, sobre un fondo de cotidiana lucha contra la miseria, brota la vida de amigos, amantes, editores… y así el reflejo de una época y quienes la conformaron. Por ese mundo de entresiglos van desfilando  nombres que alcanzaron la ansiada gloria (los hermanos Machado, Pérez Galdós, Ramón y Cajal, Jacinto Benavente, Pío Baroja, Valle Inclán, Azorín, Blasco Ibáñez, Santiago Rusiñol, los hermanos Álvarez Quintero, Miguel de Unamuno, Eduardo de Ory, Rubén Darío…), nombres que también la merecieron y no la alcanzaron  y nombres que casi han desaparecido del recuerdo y no se lo merecían, como casi le aconteció al mismo Zamacois (ya saben, en los anaqueles de las librerías, y no sólo,  no es lo mismo estar en la letra A que en la Z). Quizás, en su caso, haya contribuido además y muy  decisivamente algo muy sencillo: nunca pretendió llegar a ser famoso.  A algunos de los mentados escritores los retrata con exquisita precisión, no siempre benevolente, aunque también, tal es el caso de Alejandro Sawa (¡pobre hermano!), prototipo de la bohemia, con la que tanto se involucró el autor. En fin, un libro para disfrutar, plagado de historias, de muchas páginas, escrito por un hombre que dijo de sí mismo: “Me han gustado las mujeres, los viajes y los libros”.



 

 

   
 

Muchos nacen olvidados .

   
 
 
 
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