Janet Malcolm. La mujer en silencio. Editorial Gedisa, S.A., Barcelona, 2017.

   
 

La autora. Nacida en Praga en 1934 y nacionalizada en los Estados Unidos. Escritora, crítica literaria y periodista (colaboradorade la revista New Yorker). Autora de Diana y Nikon: Ensayos sobre la estética de la fotografía (1980); Psicoanálisis: la profesión imposible (1981);  En los archivos de Freud (1984);  El periodista y el asesino (1990); The Purloined Clinic: Selected Writings (1992), que contiene los ensayos "A Girl of the Zeitgeist" y "The Window Washer"; La mujer silenciosa: Sylvia Plath y Ted Hughes (1994); El crimen de Sheila McGough (1999); Leyendo Chekhov: A Critical Journey (2001); Dos vidas: Gertrude y Alice (2007); Iphigenia en Forest Hills: prueba de la anatomía de un asesinato (2011); Cuarenta y un pasos falsos: Ensayos sobre artistas y escritores (2013). Recibió el premio 2008 de PEN.



La Obra.


         Me gusta leer biografías y esta no me gustó, si bien tengo que reconocerle un mérito nada despreciable: mantiene la tensión casi hasta el final. También es cierto que en este caso hay que aclarar que se trata de un tipo específico de biografía: una metabiografía, una forma de afrontar la historia de una vida que se acompaña de la descripción de los pasos inherentes al proceso de biografiar.     

     Silvia Plath ha sido una de las grandes figuras literarias del siglo XX. Detrás de su apariencia de una bella y rubia ama de casa norteamericana, se escondían los típicos rasgos, problemáticos, de una mujer frágil, apasionada y ambiciosa. Separada de su marido Ted Hughes, asimismo un célebre poeta y de reconocido éxito con las mujeres, Sylvia Plath no fue capaz de superar que la hubiera abandonado.  Nadie duda que los celos pueden ser causa de un sufrimiento infinito, que pueden llevar a personas predispuestas a tomar decisiones extremas. La obsesión por la muerte llevó a Silvia Plath a intentar suicidarse tres veces y a la tercera lo consiguió. Metió la cabeza en el horno y abrió la llave de gas. A pocos metros sus dos hijos dormían. Ella había dejado una nota al vecino de abajo para que llamara a un médico. La niñera la encontró a primera hora de la mañana, demasiado tarde.  Tenía 30 años. Nacía una heroína del feminismo contemporáneo.

                     A partir de entrevistas con diversas personas que la conocieron, de fragmentos de poemas, cartas, relatos y diálogos, Janet Malcolm reconstruye una trama de recuerdos, especulaciones y habladurías que se lee como una novela de suspense, hasta llegar a un final que no concuerda con lo que se postulaba en anteriores biografías. “Los muertos pierden todos sus derechos y Hughes, el marido, protesta de que lo traten ya como tal”, se queja porque lo han querido culpabilizar de lo sucedido a su esposa.  La mujer en silencio nos revela la biografía de una Sylvia Plath radicalmente diferente a la presentada por la hagiografía feminista, tal como había venido sucediendo hasta el momento. De alguna forma esto nos lleva a plantearnos algo trascendente: nadie sabe dónde está la verdad y, en consecuencia, a preguntarnos si el género autobiográfico debe ser intensamente cuestionado

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Tantos escritores suicidas, escogidos por los dioses antes de tiempo: Adalbert Stifter, Albert Caraco, Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Alfonso Costafreda, Alfonso Sola, Ángel Ganivet, Anne Sexton, Antonia Pozzi, Antonín Artaud, Arthur Koestler, Cesare Pavese, Danielle Sarréra, David Foster Wallace, Dominique Venner, Ernest Hemingway, Gabriel Ferrater, George Trakl, Hart Crane, Heinrich von Kleist, Hunter S. Thompson, Jean Amery, John Berryman, John Kennedy Toole, Jorge Cuesta, José Agustín Goytisolo, José María Arguedas, Kostas Karyotakis, Luis Alejandro Galvis, Luis Hernández, María Polydouri, Mariano José de Larra, Marina Tsvetaeva, Mario de Sá-Carneiro, Miyó Vestrini, Napoleón Lapathiotis, Paul Celan, Pedro Casariego Córdoba, Primo Levi,  René Crevel, Rodrigo Lira, Roman Gary, Sándor Márai, Séneca, Silvia Plath, Stefan Zweig, Szilárd Borbély, Thomas Chatterton, Unica Zürn, Virginia Woolf, Walter Benjamín.  Ya dan para un buen cementerio.

   
 
 
 
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