Ian McEwan. Chesil Beach. Barcelona, Editorial Anagrama, 2009, Cuarta edición.

   
 

El autor. Nacido en 1948, en Aldershot, Hampshire, Inglaterra. Autor de relatos, trece novelas, ficción infantil y adaptacionescinematográficas. La primera de sus obras, una colección de relatos, Primer amor, últimos ritos, vio la luz en 1975. En 1992 publicó Los perros negros, su quinta novela, que el autor considera su libro predilecto. En 1997 publicó Amor perdurable, acerca de una persona con síndrome de Clerambault. En 1998 recibió el Booker Prize por su novela Amsterdam. Sus últimas novelas, hasta el presente, son la Ley del menor (2014) y Nutshell (Cáscara de nuez), 2016. Ha recibido otros galardones y, para algunos, actualmente domina la ficción británica.



La Obra.



    Una de esas obras que bien pude comprar porque vi que había sido reeditada varias veces pero que quizás, al ojearla con más detenimiento, fui dejando en el olvido. Ya al final del verano (2016), consumada la lectura de lo más específicamente programado, se acaba echando mano de lo que no estaba previsto. Tengo que confesar que no hubiera pasado nada a mibagaje cultural si no la hubiera leído. Está bien pero, como en tantas otras ocasiones, no acabo de entender como ha sido receptora de tantos elogios. Demasiada paja para tan poco argumento. Claro que para algunos puede resultar atractivo ese tema que se centra en la ignorancia sexual de una determinada época.

Argumento.  Los protagonistas tienen poco más de veinte años, y se conocieron en una manifestación en contra de las armas nucleares.Florence es violinista, y Edward ha estudiado historia. Ambos son inocentes, y vírgenes, y se aman. Es un día de julio de 1962, cuando nada se sabía todavía de los Beatles y eso de la revolución sexual todavía brillaba por su ausencia. Edward y Florence se han casado y van a pasar su noche de bodas en un hotel junto a Chesil Beach, y lo que sucede esa noche entre estos dos inocentes es la materia conque McEwan construye el terrible mapa de una relación,  y también de una época.

Me dio la impresión de que la traducción es buena (de Jaime Zulaika), lo que me conduce a sorprenderme de los eufemismos empleados por el autor para definir determinadas situaciones sexuales, que bordean lo cursi, impropias de la literatura actual: “Qué extraordinario era el hecho de que una cucharada creada por él mismo, manando limpiamente de su cuerpo, le liberase...” (Página 29). Quizás no falte quien pueda llamarle a eso prosa pulcra, para mi más bien de vergüenza ajena.

Creo que para los lectores españoles el tema de esta obra, muy imbricado en la realidad de una determinada época de la reciente historia británica, les queda bastante lejos.  No me parece que esta “novela corta” pueda considerarse, ni mucho menos, un gran libro. Insisto en el hecho de que me llama la atención que la mayoría de las críticas literarias  la hayan ensalzado tanto. Y punto.

 





 

 

   
 

El sexo de las mujeres es más críptico, menos explícito, más búsqueda, más cavernoso.

   
 
 
 
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