Rafael Chirbes. DIARIOS. A ratos perdidos 1 y 2. Prólogos de Marta Sanz y Fernando Valls. Anagrama, Barcelona, 2021.

   
 

El autor.

Nacido en Tabernes de Valldigna (Valencia), donde nació el 27 de junio de 1949 y falleció el 15 de agosto de 2015. Escritor y crítico literario. Desde los 8 años estudió en el colegio de huérfanos de ferroviarios en Ávila y León. A los 16 marchó a Madrid, donde estudió Historia Moderna y Contemporánea. En 1969 se trasladó a París, donde permaneció un año.​ También vivió en Marruecos, Barcelona, La Coruña, Extremadura, y en el año 2000 regresó a Alicante (Denia y Beniarbeig). Se dedicó a la crítica literaria durante algún tiempo y posteriormente a otras actividades periodísticas, como las reseñas gastronómicas en la revista Sobremesa, y los relatos de viajes. Su primera novela, Mimoun (1988), quedó finalista del Premio Herralde y su obra La larga marcha (1996) fue galardonada en Alemania con el Premio SWR-Bestenliste. Con esta segunda novela inició una trilogía sobre la sociedad española que abarca desde la posguerra hasta la transición, que se completa con La caída de Madrid (2000) y Los viejos amigos (2003). Con Crematorio (2007) recibió el Premio Nacional de la Crítica y el V Premio Dulce Chacón. La novela En la orilla (2013) continúa el retrato de la España en crisis y recibió también el Premio Nacional de la Crítica 2014 y el Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2013. Esta novela ha sido considerada el mejor libro del año, según los periodistas y críticos literarios del diario El País. Póstumamente, se publicó la novela Paris-Austerlitz y Diarios (considerado el mejor libro del año 2021 por el diario El País, en una votación de 75 expertos.



La Obra.



    

Nos vamos a encontrar con la literatura del yo, un fenómeno que él mismo cataloga como la estrella de la novela contemporánea. En esta obra el autor se nos muestra descarnado, pura esencia, revelándose casi siempre en contra suya, sin nada de autohalagos, cuestionándose siempre, incluso como novelista. Nos lo encontramos como un solitario empedernido, centrado en la lectura y en su labor de escribir, que tanto le cuesta. Se nos muestra exigente consigo mismo, que así es como era, en todo momento creyendo que debía estar haciendo algo. En efecto: un inconformista. Dice cosas, de otros y de sí mismo, duras, de las que era consciente que aparecerían después de muerto, que para algo las corrigió por enésima vez, por mucho que dijera que lo que relataba en sus cuadernos eran “para nadie”. Miente como un bellaco, para fortuna de muchos lectores.

Estos Diarios, anotaciones recogidas en diferentes cuadernos, abarcan desde 1984, cuando tenía 36 años, a 2005, con 57 años, por lo que se puede esperar una segunda entrega, ya definitiva.

Marta Sanz, más que excelente prologuista de este libro –que se complementa con otro también muy interesante de Fernando Valls-, que ahora vuelvo a releer (algunos prólogos deberían estar al final del libro), nos resalta aspectos centrales de la obra: “Elementos indiferenciables: alcohol, sexo, François (aclaro yo: mucho que ver con su condición de homosexual), otros amores, viajes, lecturas, Beniarbeig, la preocupación por el destino judicial de Paco, el guardés de su casa –el escritor sospecha que el alcalde le ha tenido una trampa-... Y por mi cuenta voy a tratar de completar los puntos suspensivos de Sanz, a mi manera y no del todo: miedo al sida, a Dalí y Gala les cataloga de farsantes sin escrúpulos, “apabullante” Musil (lo tengo que leer, su El hombre sin atributos), mucho París (“ordenado como un jardín”) y también bastante Berlín, el cuento de Dublineses que “tanto me gusta” y Roma como el prototipo del esfuerzo más brillante que nos ha quedado en la historia de la humanidad, de la que dice: “Cuánto pintor, albañil, fontanero, carpintero, cuánto esfuerzo y cuánto trabajo para conseguir eso que llamamos cultura, para la búsqueda de que el tiempo de los dioses y el de los hombres se acerquen (...). Cuánto esfuerzo para nada. Para que cientos de años después pasemos por las ruinas de sus sueños. Roma es el esfuerzo más brillante que nos ha quedado en la historia de la humanidad”. Lo dice él y lo recalco, eso de “cuanto esfuerzo para nada”, en consonancia con lo que tanto dejó dicho sobre la especulación y la desaparición del paisaje. En fin, cosas que se me quedaron grabadas de mi lectura, entre tantas y tantas otras que por ahí se me han extraviado, que también a mí, al igual que se queja él, mis lecturas se me van de la memoria con demasiada rapidez. Consolémonos con eso de que algo siempre queda.

Diría que me encontré con mucha homosexualidad, demasiada para mí, y bastante desconsuelo, nacido probablemente en parte de tal condición. Eran tiempos difíciles para serlo.

Bastante cine y comentarios sobre muchos escritores, lista larga, la mayoría extranjeros pero también presencia de bastantes españoles, que con alguno casi hasta se pasa.

Quizás de Chirbes se esperaran más disquisiciones políticas, pero algunas si hay, como cuando se ríe de esa gente que se cree progresista porque vota al PSOE y, en realidad, practica un “individualismo a ultranza” que justifica el pelotazo y la inmoralidad. Para él, la llegada de la democracia representó precisamente que se sintiera expulsado de la política. Le sale el colmillo de la sátira, porque afiliarse implicaría tener demasiadas tragaderas. Palabra de quien se relame tras su coraza marxista, que quizás tanto tuvo que ver con las circunstancias humildes de su infancia. “No hay medicina que cure el origen de clase, ni siquiera el dinero que pueda llegar luego, o el prestigio social que se adquiera (...). Es una herida de cuyo dolor te defiendes, e incluso ante tus propios hijos ya desclasados sacas las uñas de animal de abajo”. Por cierto, la escena del reencuentro de alumnos del colegio de huérfanos en el que estudió de niño no tiene desperdicio. Ahí, el fiel reflejo de las vueltas que da la vida.

El triunfo realmente le llegó tarde, incluso por aquí después de lograrlo en Alemania, con su libro Crematorio, que le catapultó definitivamente y probablemente le aportó una seguridad que no se percibe en este Diario. Chirbes siempre dudó de sí mismo. Eso sí, siempre dispuesto a mejorar: “Es maestro quien más tiene que aprender”.

Con seguridad este libro encierra en cada una de sus magníficas páginas un testimonio llamado a perdurar. No se trata de un libro para divertirse, sino para pensar y para afrontar la crudeza de lo que se dice. Y eso es muy de respetar.     

 





 

 

   
 

Me pregunto si, en bastantes ocasiones, la tendencia a vivir aislado, a buscar la soledad en la lectura, a escribir, no tendrá algo que ver con la “pérdida” de algo que ha quedado atrás para siempre, sin posibilidad de recuperarla: una infancia desafortunada.

   
 
 
 
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