John Kennedy Toole. La conjura de los necios. 14ª Ed. “Compactos”. Editorial Anagrama, Barcelona, 1999.

   
 

El autor.

Nacido en Nueva Orleans, Luisiana, 1937, y fallecido en 1969 (suicidio). Tuvo una infancia que transcurrió en Nueva Orleans, muy dependiente de su madre. Buen estudiante. Se graduó con honores en la universidad de Tulane. Después de graduarse trabajó brevemente en una fábrica de ropa masculina. Ejerció como profesor, hasta que se vio obligado a alistarse en elejército, al que sirvió dos años en Puerto Rico enseñando inglés a los reclutas hispanohablantes. Después de este tiempo en el ejército, regresó a Nueva Orleans para vivir con sus padres y comenzar a enseñar en el Dominican College. Escribió su primera novela con 16 años y La conjura de los necios ya de mayor, hacía 1962. Kennedy Toole sufrió un rápido deterioro después de perder la esperanza de publicar este libro, que él consideraba una obra maestra. Comenzó a emborracharse y a descuidar sus actividades profesionales, y dejó de enseñar en las clases doctorales de Tulane, hundiéndose en una profunda depresión que lo llevó a sentirse un absoluto fracasado. No solo se sentía Kennedy Toole incomprendido por el rechazo de su novela, también pudo influirle que padeció esquizofrenia paranoica, que un tío de su madre se suicidara poco antes de que él naciera, que un cuñado de su madre se arrojara al vacío desde un rascacielos y que un hermano de su progenitora sufriera trastornos mentales. El autor, tras un viaje en solitario de dos meses por el país sin avisar a su madre, aparcó su coche junto a unos pinos, escribió una carta a sus padres –nunca se supo realmente el contenido- y después introdujo un extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape de su coche y el otro en la ventanilla del conductor. Era un 26 de marzo de 1969. Fue enterrado en el cementerio de Greenwood en Nueva Orleans. Una vez que su madre, Thelma Toole, fue capaz de superar la depresión de su suicido, envió la única copia de los folios del libro metidos en una caja a ocho editoriales y las ocho le dijeron que no. Por fin, en 1980, gracias a la insistencia de la madre y con la ayuda del gran novelista Walker Percy, fue editado con enorme éxito por una editorial universitaria, Louisiana State University Press. Kennedy Toole y su novela recibieron póstumamente el Premio Pulitzer de ficción en 1981, el premio a la mejor novela de lengua extranjera en Francia en el mismo año y apareció en las listas de libros más vendidos en muchos países.

 

 

 

 



La Obra.


   

No está mal para dar por terminada la campaña, ya saben, para cubrir el expediente de comentar un libro cada mes (de septiembre a julio), que afronto durante mis vacaciones de verano. Lo voy a hacer con un libro más que reconocido, de quien precisamente no lo fue en vida del autor y que harto de ser rechazado por las editoriales, terminó suicidándose con 32 años. Figura, por derecho más que propio, en mi listado de escritores escogidos por los dioses antes de tiempo, con el que cerré la reseña correspondiente a junio del 2019. Si alguien desea informarme de alguno más (ver Contacto para hacerlo), será bien recibido. Entre todos los referidos darían, por supuesto, más que sobradamente para un interesante libro.

Algunos sostienen que detrás de esta excepcional obra subyace una caricatura del propio autor y yo me atrevo a creer que, en efecto, algunas experiencias personales, algunas de sus vivencias, sí se encuentran reflejadas, pero solo eso. Imposible resumir su trama, siempre sorprendente, ambientada en Nueva Orleans y sus bajos fondos. Su figura central es uno de los personajes más memorables de la literatura norteamericana: Ignatius Reilly –para algunos una mezcla de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo, un Tomás de Aquino perverso y para mí, sobre todo, un Homer Simpson, estereotipo del estadounidense medio, sin su gran corazón–. Se trata de un tipo de unos treinta años, despreciable, egoísta, misógino, adiposo, sucio, haragán, homófobo, onanita, asocial, vago, tacaño, mal educado, y, por qué no decirlo, un tanto desequilibrado mentalmente, que vive con su madre viuda y alcohólica –que, como ella misma decía, sufría de arturitis- , ocupado en rellenar de su puño y letra cientos de cuadernos en los que plasma su visión del mundo, una extensa y demoledora denuncia contra nuestro siglo, tan carente de «teología y geometría» como de «decencia y buen gusto»; un alegato desquiciado contra una sociedad desquiciada. Mientras llena estos cuadernos, los va desperdigando por su habitación, con la esperanza de ordenarlos algún día y así crear su ambiciosa obra maestra, una obra inmortal. Pero todo cambia cuando su madre sufre un accidente de tráfico por conducir ebria, y él se ve obligado a salir al mundo real, ese universo de los horrores dominado por el caos, la locura y el mal gusto, para ganarse la vida, condenado a codearse con todo y todos a quienes detesta. Los personajes secundarios son tan exóticos (y neuróticos) que no desmerecen al gran protagonista y está compuesta por tipos como el patrullero Mancuso –policía castigado a vigilar las calles disfrazado de forma ridícula hasta que consiga arrestar a alguien–, la señorita Trixie –secretaria octogenaria obligada a seguir trabajando “por su bien” y que insiste en llamar Gloria a Ignatius–, Myrna Minkoff –novia y némesis del protagonista–, y sobre todo, Jones –personaje de gran comicidad, acentuada por la particular forma de hablar de los negros de Nueva Orleans y que en la traducción al español convirtieron, algo más que discutible, según se mire, en algo así como una versión, digamos, pseudoandaluza.

Y no solo los personajes, también las situaciones son geniales. Para conseguirlo nos vamos a encontrar con unos diálogos chispeantes, ocurrentes, inteligentes que logran mantener la atención del lector, que en más de una ocasión se verá avocado a disfrutarlos con una sonrisa. Pero no se equivoquen, el libro es mucho más que un buen motivo para reírse, es una auténtica novela que merece la pena leerse y llegar hasta el final. De fondo nos vamos a encontrar con las críticas entrelíneas a la sociedad americana que Kennedy Toole desliza con maestría, y que, de nuevo, nos llevan a la inevitable comparación con la familia de Los Simpsons.



                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

 





 

 

   
 

"Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él” (Johnathan Swift). Cita con la que se abre el libro.

   
 
 
 
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