Hiromi Kwakami. El cielo es azul, la tierra blanca. Barcelona, Acantilado, 2014. Decimotercera edición.

   
 

El autor. Nació en Tokio, 1958. Estudió Ciencias naturales y fue profesora de Biología hasta que en 1994 apareció su primera novela. Es una de las escritoras más populares de Japón. Ha recibido múltiples premios. En 2001 ganó el prestigioso Premio Tanizaki por la novela El cielo es azul, la tierra blanca, adaptada posteriormente al cine con gran éxito. También se ha traducido al castellano Algo que brilla como el mar (Acantilado, 2010), Abandonarse a la pasión (Acantilado, 2011), El señor Nakano y las mujeres (Acantilado, 2012), Manazuru (Acantilado, 2013) y Vidas frágiles, noches oscuras (Acantilado, 2015).

 



La Obra.



Necesitaba hacer un comentario de este libro, que he leído hace ya algún tiempo. ¿Por qué digo eso? Motivos no me faltan. Dejémoslos en dos fundamentales. Uno, porque me gustó y dos, porque a través de dos libros míos, Haikus de los escritores muertos y El hombre que no entendía a las mujeres (en prensa), hay hechos que, de alguna manera, me unen con él. Por un lado, en relación con el primero de mis libros citado, estaría la utilización por parte del protagonista, un profesor de japonés, Harutsuna Matsumoto,  de los haikus. Por el otro, la figura del amor entre una mujer de cierta edad (una treintañera, 38 años exactamente) y un hombre mayor, de 70 años, un tema presente también en un relato del segundo de mis libros citados.
     Destacar que esta obra nos llega con el mejor de los avales, bastante más de fiar que el de los premios (tampoco no siempre, hoy hay mucho marketing), el de encontrarse en la decimotercera edición, lo que convierte mi comentario en verdaderamente prescindible. Considero de justicia resaltar la traducción de Marina Bornas Montaña.

El libro comienza así:

Oficialmente se llamaba profesor Harutsuna Matsumoto, pero yo lo llamaba «maestro». Ni «profesor», ni «señor». Simplemente, maestro. Me había dado clase de japonés en el instituto. Puesto que no fue mi tutor ni me entusiasmaban sus clases, no conservaba ningún recuerdo significativo suyo. No había vuelto a verlo desde que me gradué.
     Empezamos a tratarnos a menudo cuando coincidimos, hace unos cuantos años, en una taberna frente a la estación. El maestro estaba sentado en la barra, tieso como un palo.
    -Atún con soja fermentada, raíz de loto salteada y chalota salada-pedí, y me senté en la barra. Casi al unísono, el viejo estirado que estaba a mi lado dijo:
    -Chalota salada, raíz de loto salteada y atún con soja fermentada.
    Al darme cuenta de que teníamos los mismos gustos, me volví y él también me miró. Mientras  intentaba recordar dónde había visto aquella cara, empezó a hablarme.
     -Eres Tsukiko Omachi, ¿verdad?
     Cuando asentí, sorprendida, siguió hablando.
     -No es la primera vez que te veo por aquí.

     Ahí tenemos a los dos protagonistas del libro. Entre ambos se va a establecer un pacto tácito para compartir la soledad. Escogen la misma comida, buscan la compañía del otro y les cuesta separarse, aunque a veces intenten escapar el uno del otro: el maestro, a través del recuerdo de la mujer que un día lo abandonó; Tsukiko, a través de un antiguo compañero de clase.
     El libro, por cierto, en su versión original se titula El maletín del maestro (Sensei no kaban). En su versión castellana decidieron recurrir a un verso de una canción mencionada en la novela. No me disgusta esta elección, concuerda con la especial sensibilidad que ofrece la obra.
     El relato, por lo que tiene de especial, de único, por la manera de detenerse en los detalles,  se nota  que está escrito por una mujer y que, además, pertenece a la cultura oriental. Con una prosa sensual, la autora, Kawakami, nos cuenta una historia de amor de dos seres solitarios, necesitados el uno del otro, que encuentran la felicidad simplemente en los hábitos cotidianos de los que ambos disfrutan: comer, beber, dar un paseo... El amor que surge entre Tsukiko y el maestro, va creándose a través de los pequeños gestos cotidianos, de momentos de complicidad, de sabores, de olores, de haikus, de paseos, de abrazos casi infantiles, de enfados por ningún motivo, de celos que se esconden y sobre todo de placeres compartidos.

     Un libro lleno de naturalidad y verdad, fácil de leer, original, de los que merece la pena, de los que tras su aparente sencillez esconden maravillosas sorpresas. Con él y con el placer de haberlo leído, me despido hasta después de las vacaciones del verano, de las que espero que me den suficientes motivos, salud y tiempo para seguir con mis reseñas de lecturas.     





 

 

   
 

El amor es el grado máximo de la amistad.

   
 
 
 
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