Tatiana Tibuleac. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. 5ª edición. Impedimenta, Madrid, 2019.

   
 

La autora.

Nació en 1978 en Chisináu, Moldavia. Estudió periodismo y comunicaciones en la Universidad Estatal de Moldavia. Se dio a conocer en 1995 con su columna “Historias verdaderas”, que apareció en el periódico Flux, uno de los diarios más importante en lengua rumana. También trabajó como reportera de televisión y presentadora de noticias en Chisináu. Se trasladó a París en 2008. Publicó su primer libro Fábulas modernas (libro de relatos) en 2014, y su primera novela El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes en 2017. La novela ganó múltiples premios literarios y ha sido traducida al francés y al español. Su segunda novela Jardín de vidrio ganó el Premio de Literatura de la Unión Europea.

 



La Obra.


   

Un libro de éxito, como se deduce de la ediciones que ya llevaba cuando lo compré. Con el comienzo mi campaña coincidiendo con mis vacaciones de verano, que este año llevo adelantada, como ya tengo señalado, gracias a mis lecturas durante la cuarentena del coronavirus.

Se trata de un libro especial, sobre todo por el virtuosismo del que da muestras en el empleo del lenguaje. Claro que no convencerá a todo el mundo pero ya se sabe, sobre gustos no hay nada escrito. Los capítulos son breves, lo que siempre estimula en lo de avanzar en la lectura, entre los que se incluye en repetidas ocasiones unas pequeñas frases que se centran en los ojos de la progenitora, como por ejemplo: “Los ojos de mi madre fea eran los restos de una madre ajena muy guapa”. Resaltaré que la obra me resultó de lectura rápida.

Argumento sin complicaciones. Se trata de un libro que trata sobre la fragilidad de las relaciones maternofiliales. Aleksy aún recuerda el último verano que pasó con su madre. Han transcurrido muchos años desde entonces, pero, cuando su psiquiatra le recomienda revivir esa época como posible remedio al bloqueo artístico que está sufriendo como pintor, reconocido, Aleksy no tarda en sumergirse en su memoria y vuelve a verse sacudido por las emociones que lo asediaron cuando llegaron a aquel pueblecito vacacional francés: el rencor, la tristeza, la rabia. ¿Cómo superar la muerte prematura de su hermana? ¿Cómo perdonar a la madre que lo ha ignorado y despreciado y de la que, para colmo de males, su padre había huido? ¿Cómo enfrentarse al cáncer de la madre que la está consumiendo? Este es el relato de un verano, en una casa de campo francesa, de reconciliación, de tres meses en los que madre e hijo, que se ha pasado un buen tiempo en una institución psiquiátrica y odia profundamente a su madre, por fin traten de deponer las armas, espoleados por la llegada de lo inevitable y por la necesidad de hacer las paces entre sí y consigo mismos.

El libro se cierra con una serie a aforismos centrados en los ojos de la madre (el primero: “Los ojos de mi madre eran un despropósito”; el último: “Los ojos de mi madre eran brotes a la espera”) y con un breve capítulo, seis líneas, un tanto inesperado, un tanto cortante, tras el que subyace, quizás, las ansias de poner punto final a la historia.

Con esos mimbres: una bonita y triste novela. No me defraudó.



                   

 

 

   
 

El ancho mundo de la esquizofrenia: desde los tontos a los geniales.

   
 
 
 
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