Carlos Fonseca. Museo animal. Anagrama, Barcelona, 2017.

   
 

El autor. Nacido en San José, Costa Rica, 1987. Estudió Literatura Comparada en la Universidad de Stanford. Doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Princeton. Actualmente reside en Londres y es profesor en la Universidad de Cambridge. Seleccionado por la organización del Libro de Guadalajara como una de las veinte Nuevas Voces de la narrativa latinoamericana, dentro del proyecto Ochenteros. Su primera novela fue Coronel Lágrimas (2015).



La Obra.



   He de comenzar diciendo que todas las críticas que he leído sobre este libro, con más bien escasas puntualizaciones en contra, se puede decir que son positivas. Así que, yo, un modesto lector de libros, ¿cómo podría atreverme a llevarle la contraria a todo el mundo? Para qué engañarnos, reconozco que Fonseca es un buen escritor, con destellos sobresalientes. Reconozco también que el libro es pretencioso, no sé si por eso casi más un ensayo que una novela. Reconozco, por último, que para la mayoría de los mortales, entre los que me encuentro, la lectura de esta obra puede resultar bastante tediosa. ¿No se deberá a esta última consideración que me quedé precisamente con una cita entrecomillada, pero sin dejar constancia de su autor, que figura en lapágina 233 del libro? La frase dice: “Así como el sueño es el punto álgido de la relajación corporal, el aburrimiento lo es de la relajación espiritual. El aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia. Basta el susurro de las hojas del bosque para ahuyentarlo.” Su autor, aclaro: W. Benjamin, El narrador (1936). Pocas páginas después nos vamos a encontrar con otra cita y en esta ocasión sí se indica que pertenece a “un tal Oscar Wilde”: “No hacer absolutamente nada es la cosa más difícil del mundo, la más difícil y la más intelectual.” Ahí lo dejo, igual me encontré con este libro (430 páginas) en una mala racha y se me fue de las manos, en más de una ocasión, por demasiado intelectual, o, váyase a saber, también pudiera ser que no fui capaz de poner de mi parte todo lo que debía.

         

Argumento.  Un museólogo caribeño –el narrador de la historia-, que trabaja en un pequeño museo deciencias naturales, recibe la invitación a participar en una muestra de arte junto a una reconocida diseñadora de moda, Giovanna, anclada a su propio pasado, el de una niña de diez años enferma en un hospital de la selva y al recuerdo de escuchar a una enfermera que le leía cuentos. Tras su muerte, siete años después de iniciarse el proyecto de la singular exposición que nunca llegó a ninguna parte, el museólogo recupera y se sumerge en la lectura de los archivos de su extraña colaboración, en un viaje que le llevará a desentrañar el pasado de Giovanna y a reflexionar sobre la búsqueda de la identidad propia y sobre los límites del arte, de la mano de una mujer que ha dedicado su vida a demostrar que no existen. Al menos tal y como nos lo hemos venido planteando.

          Buen libro este, que en realidad son cinco, para los amantes de teorizar sobre aspectos tan controvertidos, “filosóficos”, como son los de la búsqueda de la identidad propia, la amistad, las mentiras necesarias para vivir, la familia, la incertidumbres que acompañan al mundo del arte y a la misma literatura. Y por si eso no fuera suficiente, en esta obra hasta aparece el que faltaba, la figura del “Subcomandante” Marcos. Demasiada fantasía y no digo que poca novela, que la aconsejo para los aficionados a torturarse. Por lo que a mí respecta valga por esta vez pero yo ya no estoy para tales esfuerzos, porque mi intenso ritmo de lectura en el verano, a mi edad, ya no resulta compatible con excesivos calentamientos neuronales, por mucho que algunos digan que bien merece la pena.          

 





 

 

   
 

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