Vasili Grossman. Vida y destino. Barcelona, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
   
 

El autor: Nacido con el nombre de Iósif Solomónovich Grossman en Berdichev (actualmente en Ucrania), el 12 de diciembre de 1905. Murió en Moscú el 14 de septiembre de 1964. Una niñera rusa cambió su nombre por el de Vasili. A mediados de los años 30 Grossman dejó su trabajo como ingeniero y se dedicó en exclusiva a la escritura. Hacia 1936 ya había publicado dos colecciones de historias y en 1937 fue aceptado en la privilegiada Unión de Escritores. Durante la Gran Purga algunos de sus amigos y parientes cercanos fueron detenidos, incluida su compañera. Durante meses solicitó a las autoridades su liberación, lo que ocurrió en 1938. Durante la Gran Guerra Patriótica, acompañó al Ejército Rojo durante su ofensiva como corresponsal de guerra para el periódico Krasnaya Zvezda (Estrella Roja), a partir de la batalla de Stalingrado hasta el fin de la guerra en Berlín. Uno de sus artículos, El infierno de Treblinka, fue usado en los juicios de Núremberg como evidencia de la persecución que ejercía el régimen nazi. La novela Vida y destino es considerada su obra cumbre, muestra los estragos causados por el totalitarismo nazi y el estalinista durante la II Guerra Mundial. Esta obra fue prohibida por el régimen de Jruschov. La KGB confiscó los borradores e incluso la cinta de la máquina de escribir que había utilizado el autor. En los años ochenta se recuperó una copia del manuscrito y la novela se publicó primero en el extranjero y en 1988 en la Unión Soviética.


La obra: Me costó Dios y ayuda terminar este libro, meses con él, lo que me complicó todavía más la situación, dado el batiburrillo de personajes que resulta necesario recordar, para colmo poseedores de nombres complejos, y, por si aun eso fuera poco, los hechos transcurren en muy distintos escenarios. Quiero decir que para no perderse en la lectura de este libro se requiere ser poseedor de una gran capacidad de atención. Se trata de una novela irregular, con lagunas muy difíciles de rellenar y que, por lo tanto, también demanda del lector una gran motivación para ser capaz de seguirla hasta el final. Sí, reconozco que defiende valores, que refleja un momento histórico trascendente, que representa un indudable testimonio de unos atroces momentos, que atesora páginas de gran intensidad emocional pero, de verdad, hay que tener auténticas ganas para enfrentarse a un tocho de tal calibre y de tan difícil digestión. Si, tal como ya anticipé, su capacidad de atención es excelente y su motivación para no permitir que algo “importante” de la literatura se le escape (algunos la han comparado con Guerra y paz), pues ya saben, ármense de valor, sí, tanto como el que dicen que se necesita para hacer (mejor sufrir) una guerra. Aquellos que lo consigan, lo más seguro es que terminen con la sensación del deber cumplido. Y si son capaces de leerlo, quizás les resulte de utilidad para recapacitar sobre las interpretaciones de la historia y para darse cuenta de que el nazismo tuvo críticos bastante más eficaces que el estanilismo, cuando por ahí, por ahí se anduvieron, ¿o no? En tal sentido la actitud de Grossman frente a la figura de Stalin resulta un tanto ambigua. ¿No fue acaso tan cínico Stalin como Hitler? ¡Ay! ¡Cuántas historias de la historia! Puestos a recordar, ¿por qué no se acuerda casi nadie de los romaníes o gitanos exterminados por Hitler?

   
 
                                     El filósofo piensa en la muerte, el poeta muere por la vida.
   
 
 
 
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