Emil Cioran. Cuadernos 1957-1972. Tusquets Editores, Barcelona, 2020.

   
 

El autor.

Ver Enero 2018.



La Obra.


   

En enero del año 2018 ya hice una reseña de este autor a propósito de un libro titulado Conversaciones.

Pasé la cuarentena del coronavirus leyéndolo. Por cierto, me encontré con algo que para algunos, los defensores de que la actual pandemia se debió a la manipulación del hombre, bien podrían convertirlo en un adivino: “Siempre podían intervenir los dioses y, además, de ellos iba a venir el fin. Ahora sabemos que este se prepara en laboratorios y que puede surgir en cualquier momento, ya sea por interés o por descuido”.

Parte de este libro ya había visto la luz, editado también por Tusquets, en el año 2000. Aquel libro, Cuadernos 1957-1972, constaba de 265 páginas. El libro actual lleva el mismo título pero se compone de 1.053 páginas y comprende la totalidad de los diarios, nada convencionales, de este pensador rumano afincado en París: treinta y cuatro cuadernos manuscritos que empiezan el 26 de junio de 1957 y terminan en 1972.

Personalmente me encuentro con este escritor en el fragmento (el resultado “de tantos años de trabajo diferido, tal como estaba escrito en sus huesos, en su sangre…”) y en el pensamiento, hasta el punto de que lo considero uno de mis escritores favoritos sino el que más. Es una permanente fuente de hallazgos. Con su lectura siempre se busca algo más y, os lo prometo, se encuentra. Algunos lo catalogarán entre los filósofos pero en realidad es otra cosa, algo que no se encuadra en nada pero que te da igual, algo especial, eso sí. “A mi postura filosófica le repugnan los desarrollos. En cuanto me explico, me liquido a mí mismo”, lo que le lleva asegurar que “no hay nada más ridículo que querer ser oscuro para parecer profundo”. Cioran es, y me quedo corto, inteligente, escéptico, descontento consigo mismo, provocador, inconformista, rebelde, pesimista (“La especie, la nuestra, tiene que desaparecer y desaparecerá mucho más pronto de lo que pensamos”), puntual (para ello, “yo sería capaz de cometer un crimen”) y, sin probable, alguna cosa más. Sus escritos “conservan siempre una pizca de veneno”. “Para mí, escribir es vengarme”, asegura. Para algunos, mira por donde, un hombre entrañable, hasta cariñoso.

Enamorado de la música clásica. “Solo tengo una religión: Bach.”

“El único valor en el que creo es la libertad”. “Solo puede ser feliz un hombre libre…, libre de cualquier vínculo, de cualquier atadura, es decir, el hombre cuya vida no tiene ningún «sentido», según la gente.” Fue libre en su soledad, que defendió.

Viajó bastante por España. Cuenta que fue feliz en Ibiza. Hasta, adelantándose al fenómeno actual, hizo una semana por el Camino de Santiago, a pie.

Admirador de nuestro país, “nada de lo que español me es ajeno”, y de algunos de sus santos, refiriéndose a ambos con cierta frecuencia a lo largo del libro. Le fascinaban, sobre todo, nuestros excesos. En España, junto con Rusia, todavía encuentra raíces que la evolución no fue capaz de devorar. Asegura que “sin el catolicismo, España no habría tenido historia: habría sido un «desorden» permanente, un caos ininterrumpido.” Para él, “Rusia, España, Italia e incluso Francia son pueblos tentados por la anarquía, y en los que los regímenes autoritarios son la norma.”

Un descreído creyente y se declara un místico fracasado. ”En frío, ningún dios resiste”. “Dios es, aunque no exista”. Así que él, Cioran, creía en la nada, era un ateo con las condiciones de un teólogo, que le vendrían de su padre, sacerdote ortodoxo.

“¿Para qué seguir escribiendo en un idioma accesible a un número ínfimo de compatriotas, en realidad a una veintena, como mucho?” A partir de tal conclusión se consagró al francés, a sabiendas de que “llegará un día en que el francés no será más leído que el latín hoy”.

Lo peor que hay en el mundo es el adulador, que por algo lo diría.

Escritor audaz, de gran fuerza y pasión, ingenioso, original. Maestro del aforismo. Muy presente en mis libros de literatura. Me ha dado mucho que pensar. Yo creo en Cioran.



                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

 





 

 

   
 

Nos creíamos casi dioses, y resulta que lo que ahora se vislumbra es que el mundo acabará siendo de los virus.

   
 
 
 
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