Fernando Aramburu. Patria. Octava edición. Tusquets editores, Barcelona, 2016.

   
 

El autor. Nació en el año 1959 en San Sebastián (España). Estudió Filología Hispánica en Zaragoza. Desde los años 80 vive en Alemania, concretamente en Hannover, ciudad en la que reside junto a su esposa alemana y en la que trabajó como profesor de español. En 2009 abandonó la docencia para dedicarse exclusivamente a la creación literaria. Su primera obra fue el libro depoemas Ave Sombra (1981). También en este período publicó El Librillo, textos poéticos para niños. Su primera novela, galardonada con el Premio Ramón Gómez de la Serna, fue Fuegos Con Limón (1996), libro con ecos autobiográficos. Más tarde apareció Los Ojos Vacíos (2000), primera novela de la trilogía de Antíbula. La segunda novela de la trilogía fue Bami sin Sombra (2005) y la tercera La gran Marivián” (2013). Otras novelas de Aramburu son El trompetista del utopía” (2003), Viaje con Clara por Alemania (2010), Años lentos (2012), libro ganador del Premio Tusquets de novela que desarrolla una crónica familiar vasca en los años 60. Uno de sus libros más celebrados es la colección de relatos Los peces de la amargura (2006),  galardonado con diversos premios, entre ellos el Premio Mario Vargas Llosa, el Premio de La Real Academia Española y el Premio Dulce Chacón. Ha escrito también, entre otros títulos, la novela para el público infantil Vida de un piojo llamado Matías (2004). Con la novela de humor Ávidas pretensiones (2014) ganó el premio Biblioteca Breve. Un año después publicó Las letras entornadas (2015). Su última novela es Patria (2016), con el que obtuvo en 2017 el Premio de la Crítica , el premio Francisco Umbral al Libro del Año y el premio del Club Internacional de la Prensa. Sus libros han sido traducidos a diversos idiomas.



La Obra.



   Hablar de ETA me genera malestar, sobre todo porque aprecio mucho a los vascos y porque sé que la mayoría es gente de lo más noble que he conocido (hablo de mis tiempos de estudiante, sobre todo). ¿Quiénes fueron los que la integraron? Una rara mezcla de salvajes, de resentidos, de incautos (borregos desorientados), vividores sin escrúpulos y, en el medio, los consabidos ilusos o pringados y algunos, que todo hay que decirlo, que sabían muy bien lo que pretendían (más de uno dispuesto a convertirse en ridículos napoleones de su ínsula Barataria). Podría seguir. Y mataban, sí, también por dinero (impuesto revolucionario, que no deja de tener su coña poética). Tenían que vivir. Recuerdo la historia que un día ya lejano le leí a la cubana Yoani Sánchez:  “Tenía ocho meses de embarazo cuando conocí a dos vascos radicados en Cuba, Rosa y Carlos, o al menos así decían llamarse por aquel entonces. Nos invitaron a su casona de Miramar para una fiesta con música trovadoresca y chorizos. Brindaban de unas fuentes con jamón serrano y frutos secos que sólo conocíamos por las películas. Pero ni los aromas ni los sabores lograban disiparnos la dudas que nos surgían al observarlos ¿Cómo habían logrado aquellas personas vivir en tal lugar, con un auto de matrícula privada y una despensa tan bien provista? ¿Qué habían hecho para acceder a privilegios impensables para nacionales?”. Acabó enterándose de que eran etarras buscados por la justicia española. ¡Toma socialismo!

     Los etarras fueron unos consentidos demasiado tiempo por los suyos, por muy diferentes razones (por afinidad, por temor…), si bien, estoy seguro, que la mayoría de la población estaba en contra de lo de matar. A los mismos asesinos, en buena parte, estoy por creer que las muertes que ocasionaron les van a perseguir en sus conciencias siempre, sobre todo en aquellos que fueron engañados o no sabían bien lo que hacían. Dado que soy de los de no medirme demasiado en mis consideraciones, siempre que, por aquellos años, iba al País Vasco (como soy médico recuerdo el hospital de Basurto sobre todo) los autóctonos y afincados que se encontraban sentados en mi mesa me pedían que me callara. Había miedo, mucho miedo, aunque hubo mujeres que no se amedrantaron. A ellas le dediqué un relato titulado “Un país llamado País” que apareció en uno de mis libros, Cuentos propios y extraños (2011), cuando aún no habían declarado el fin de la lucha armada (a pegar tiros por detrás en la nuca le llamaban así), lo que sucedió el domingo 20 de julio de 2014. Sirva esto de introducción.

     Indagué a la búsqueda de opiniones sobre el libro de Aramburu, que las obtuve muy variadas. Confieso que algunas me dolieron, sobre todo las cobardes, las indefinidas, y más viniendo de personas que considero preparadas. No puedo entender cómo puede haber mentes civilizadas, vivan donde vivan, que justifiquen o transijan con la muerte.   De todas las consideraciones recibidas, de las distintas personas a las que interpelé, me quedé con una palabra, una sola de entre las muchas recibidas por escrito o personalmente: la de quien me calificó la obra de “infantil”. ¿Por qué me quedé con ella? Quizás precisamente porque discrepo de tal afirmación, casi diría que de manera absoluta. Bien que mal, por encima de cualquier consideración, es el primer escritor vasco que se atrevió a escribir sobre lo que se dio en llamar los años de plomo. Eso merece un respeto. También es cierto, personalmente estoy seguro, que como obra literaria no perdurará en el tiempo, a pesar del gran éxito de ventas que ha conseguido, un auténtico pelotazo. Me pregunto cuántos ejemplares se habrán vendido en el País Vasco, que igual prefieren no enterarse del dolor que la “lucha armada” provocó en tantas familias, también en algunas vascas. No faltará quien piense que mejor estar calladitos, les acompaña la renta anual neta más elevada de España, a lo que contribuye significativamente el simple hecho de ser “diferentes”.

     ¿Y que comentar del papel del clero? Queda muy bien definido en el personaje Serapio de la novela. Entre todos los muertos de ETA no hay un solo cura, un dato para no despreciar. Creo que ese tipo, el Setién, junto con Arzallus (que algo de cura también tenía), fueron personajes para vomitar de asco. Los muertos, a ellos, también les deben estar pesando, más si son católicos, que tienen un clarísimo mandamiento. Por cierto, parece como si se pretendiese, en el País Vasco, que los guardias civiles tuvieran que dedicarse a dar besos a los asesinos o poner la otra mejilla. ¿No es eso lo que predican los sacerdotes? ¡Qué daño le han hecho a su Iglesia los curas nacionalistas!

     Buen resumen del libro el que aparece en la contraportada. El día en que ETA anuncia el abandono de las armas, Bittori se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido el Txato, asesinado por los terroristas, que ha decidido volver a la casa donde vivieron. ¿Podrá convivir con quienes la acosaron antes y después del atentado que trastocó su vida y la de su familia? ¿Podrá saber quién fue el encapuchado que un día lluvioso mató a su marido, cuando volvía de su empresa de transportes? Por más que llegue a escondidas, la presencia de Bittori alterará la falsa tranquilidad del pueblo, sobre todo de su vecina Miren, amiga íntima en otro tiempo, y madre de Joxe Mari, un terrorista encarcelado y sospechoso de los peores temores de Bittori. ¿Qué pasó entre esas dos mujeres? ¿Qué ha envenenado la vida de sus hijos y sus maridos tan unidos en el pasado? Con sus desgarros disimulados y sus convicciones inquebrantables, con sus heridas y sus valentías, la historia incandescente de sus vidas antes y después del cráter que fue la muerte del Txato, nos habla de la imposibilidad de olvidar y de la necesidad de perdón en una comunidad rota por el fanatismo político.

     La obra se halla distribuida en capítulos breves y frases cortas que ayudan a superar los continuos flashbacks. Nos vamos a encontrar con cortes a veces artificiosos pero que ayudan, en definitiva, a afrontar sus más que sobradas 600 páginas. Uso del castellano hablado allí. Con esta novela se alcanza el útil (esta palabra en literatura tiende a desmerecer) objetivo de dejar constancia de lo sucedido en una mala, muy mala época de España. Toda una crónica que, en ese sentido sí, se puede considerar de gran valor histórico. Un libro demasiado previsible pero que entretiene. Me gustaría que lo leyesen en el País Vasco, ese hermoso lugar por donde ahora se puede caminar tranquilamente. Va siendo hora de que se enteren y de que dejen de recibir a los excarcelados como héroes, que una cosa es perdonar y otra olvidarse de que te han matado a un ser querido.

     Para finalizar, aunque se aparte del comentario sobre lo que es el propio libro, no me resisto a realizar algunas consideraciones sobre lo que atañe a los nazi-onalismos. Ya sé que hablar de tal tema no conduce a ninguna parte, ya que los participantes de tales planteamientos son como los cazadores cuando apuntan a la pieza, sólo miran a un punto fijo y, además, como han perdido la capacidad de discernimiento ya no se enteran ni de lo que ven. Todos sus afanes están en enarbolar sus señas de identidad hasta el paroxismo para así tratar de diferenciase del vecino que, para su desgracia, hasta puede tener  las mismas costumbres y gustos; sólo les queda inventar su propia historia y el recurso de la lengua, que aunque no sirva para nada y hasta tengan que inventarse palabras para darle un poco de categoría y ponerla dentro de lo posible al día, acabarán sacando de algún insospechado lugar una piedra con una letra para  demostrar que procede de cuando no se había descubierto el mundo. Todas las desgracias que les han acaecido a través de los tiempos no tienen otra razón que las malas artes de los otros, que son unos auténticos inútiles, unos vividores y una pandilla de sinvergüenzas. Los nacionalistas, cuando alcanzan sus propósitos, siempre van a vivir bastante peor que antes, salvo, en todo caso, los héroes que los han conducido hasta su ansiado destino: formar parte de un país de enanos. Un ejemplo: en los años 90, gran parte de los albanokosovares creía que Kosovo se transformaría en una nueva Suiza cuando lograra la independencia pero ese sueño contrasta con una realidad, la actual, de corrupción, paro, pobreza y parálisis en la antigua provincia serbia

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De aquellos que dicen ser gallegos, catalanes, vascos, extremeños, castellanos, etc., antes que españoles, desconfiad siempre. Suelen ser españoles incompletos, insuficientes, de quienes nada grande puede esperarse (Antonio Machado).

   
 
 
 
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