Héctor Abad Faciolince. El olvido que seremos. Barcelona, Editorial Seix Barral.

   
 

El autor: Medellín (Colombia), 1958, escritor y periodista. Inició estudios de medicina, filosofía y periodismo en su ciudad natal, ninguno concluido. Finalmente estudió lenguas y literaturas modernas en la Universidad de Turín. Se desempeñó como columnista de la revista Semana, hasta abril de 2008 y a partir de mayo de ese mismo año se reintegró al ahora diario El Espectador como columnista y asesor editorial. Ha recibido numerosos premios. Sobre su obra literaria hay numerosos libros, ensayos y tesis publicadas. Ha publicado numerosas obras de narrativa, tales como: Basura (novela ganadora en España del I Premio Casa de América de Narrativa Innovadora), Angosta (premiada en China como la mejor novela extranjera del año), El olvido que seremos y, la más reciente, Traiciones de la memoria. Ha sido traducido a diferentes idiomas. 


La obra: No voy hacer una crítica al uso, que las mías verdaderamente ya no lo son. He conocido la ciudad de Medellín y fui muy bien tratado pero, sobre todas las cosas, lo mejor que me pudo suceder fue haber ido hasta la librería de viejo Palinuro, en el centro mismo de la ciudad. Lo hice de la mano de un libro: Traiciones de la memoria, de Héctor Abad Faciolince, en el que aparece una fotografía del local. Allí me encontré con uno de sus cuatro dueños, Luis Alberto Arango, un hombre amable, de fácil conversación y entrañable simpatía, quien me dijo que el autor del libro que me había llevado hasta allí era un hombre muy ocupado y que, por lo tanto, no me sería posible conocerlo, tal como era mi deseo. Bien que lo sentí pero ahora, debo decirlo, me arrepiento de no haber insistido, por lo menos debí esforzarme más en intentarlo,  hubiera sido un gran privilegio. Me queda la esperanza de que un día pueda tener la oportunidad de transmitirle de viva voz lo que me hizo sentir a través de las páginas maravillosas, apasionantes, salidas de su pluma. Llegar a la pujante ciudad de Medellín, conectar con una nueva Colombia, saludar a viejos y nuevos amigos estuvo muy bien. Faltaba algo, lo que nunca olvidaré, que el buen Luis Alberto Arango me señalara un libro: El olvido que seremos, un triste título para un texto cargado de dolor pero también de esperanza, de ternura y de amor. Llevaré el recuerdo de su lectura mientras viva y, si cabe, más allá. Fue todo un descubrimiento, mi descubrimiento de América, lo mejor que pudo darme Colombia, un libro hermoso que no en vano ha alcanzado la 23ª edición (Editorial Planeta Colombiana). Su lectura constituyó para mí una experiencia apasionante, inolvidable, y también inesperada, como hacía años que no me sucedía. El olvido que seremos bien podría brotar desde los confines de una imaginación dispuesta a sorprendernos pero no, se trata de una cruda realidad que asienta en dos muertes, la de la hermana y la del padre del autor de la obra, la primera por enfermedad y la segunda debida al salvajismo político o, lo que es lo mismo, a la violencia desgarradora que se apoderó de Colombia durante la década de los ochenta. El protagonista de la historia, el médico Héctor Abad, era un convencido de la necesidad del compromiso social de la medicina en países devastados por la pobreza. El 25 de agosto de 1987 dos sicarios vaciaron los cargadores sobre su cuerpo frente al Sindicato de Maestros de Medellín. En el bolsillo de su pantalón llevaba un soneto de Borges, acaso un apócrifo, cuyo primer verso rezaba: “Ya somos el olvido que seremos”. Por aquí, que algo de guerras inciviles y de terrorismo también sabemos, nos preguntamos por el por qué de tanta muerte inútil. Libros como este ayudan a que la mayoría, demasiadas veces silenciosa, recuerde, no olvide nunca, a los que nos han dejado para siempre por la sinrazón de unos pocos. Ninguna idea política vale una muerte. Ah, casi lo olvidaba, ya de regreso de Medellín, en el avión, pude leer un artículo, casualidades de la vida, firmado por Héctor Abad y titulado “Volver a España”, a la tierra con la que quiere encontrarse de nuevo, dice, porque “la sangre le llama.” Y nosotros se lo agradeceremos.

   
 
                                                              No todo el mundo queda cuando se marcha.
   
 
 
 
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