Imre Kertész. El espectador. Apuntes (1991-2001). Acantilado, Barcelona, 2021.

   
 

El autor.

Ver reseña de Enero 2016, año en el que precisamente murió este escritor. La editorial Acantilado, que editó hace años  Diario de la galera, fechado entre 1961 y 1991, acaba de publicar ahora el tomo central de su particular trilogía diarística bajo el título El espectador.



La Obra.



    

No quiero que nadie se lleve a engaño. Este fue el libro, entre las variadas lecturas de este verano (2021), que requirió de mí un esfuerzo especial. Partamos de la advertencia que nos ofrece el propio autor: “Ni Kafka, ni Beckett, ni –a mi juicio- yo hemos escrito jamás como si nos dirigiéramos a un público lector «normal»”, con lo cual supongo que resultará innecesario incidir más sobre el asunto.

Estamos ante un libro de pensamiento, escrito bajo el peso de la enfermedad y de una muerte que se vislumbra próxima, sabiendo que su tiempo se acaba. Se trata del último aliento de un hombre que escribiendo y tratando de buscar la verdad consiguió no aburrirse nunca. Ese hombre confiesa: “Últimamente me topo a menudo con la frase de Wittgenstein (citada, ya que en los últimos tiempos frecuento poco sus libros), según la cual quien no se conoce a sí mismo no puede ser un «gran hombre». No salgo de mi asombro ante tan apodíctica frase, pues ¿quién se conoce a sí mismo? Ni siquiera puede decirse de Wittgenstein, esa gran mente. Mi ideal es a lo sumo cierta independencia de los juicios externos y el conformarme con mis propias pobres posibilidades; eso sí, llegando hasta los últimos límites de estas posibilidades; eso es todo cuanto depende exclusivamente de mí…”. Desde esa forma de pensar a nadie le extrañará este libro, un verdadero testamento espiritual, donde el Nobel húngaro reflexiona sobre la escritura, la fama, la enfermedad, las últimas décadas de Hungría, la relación con el público, la Shoah, el bloqueo creativo, el papel de los intelectuales, el lenguaje, la filosofía, la fe. Confiesa que en sus horas postreras solo le queda su mirada de ESPECTADOR, a través de la cual puede “contemplar su escritorio lleno de libros y papeles, una pequeña utopía al alcance de la mano, y mirar un pequeño jardín desde la ventana”, suficientes para encender su felicidad. “El hombre libre se distingue por su alegría. La tristeza, el desánimo, la apatía son formas de vivir «indignamente»”.

En el mismo título del libro se advierte claramente que se trata de apuntes (1991-2001), si bien podemos admitir que subyace una unidad que viene determinada por el propósito moral de frenar el avance del nacionalismo y la intransigencia en Europa. Para el autor “todo nacionalismo sólo puede ser fanático, nazi y fundamentalista”.

Kertész evidencia su escepticismo religioso, cuando confiesa que hay un Dios “inalcanzable, porque no existe”, lo que no le impide admitir su simpatía por la figura de Cristo. “Vivir en un mundo injusto nos hace anhelar las figuras éticas que simbolizan la posibilidad de un porvenir diferente”. “Los animales domésticos han de pensar en sus dueños, los hombres en Dios. Lo cual no prueba ni la existencia ni la inexistencia de Dios, sino sólo la necesidad humana…”

A lo largo del libro nos vamos a encontrar con pensamientos imposibles de reseñar, no sin una verdadera pena, debido a su frecuencia y también a su extensión. Dejemos constancia de algunos:

  • La causa de la moderna agresividad es la moderna inseguridad de la existencia.

  • El Yo: esa locura que nos impide vernos a nosotros mismos y que luego nos convierte en asesinos de otros, y a menudo también de nosotros mismos.

  • …la gente que no sabe qué hacer consigo misma, a los sobrantes que no saben por qué están en el mundo, lo cual los llena de rabia hacia cualquier otro ser vivo.

  • El estilo comunista, la furia desatada del esclavo; y el peor tipo de esa furia de esclavos es el de los pequeños intelectuales fracasados disfrazados de proletarios.

La lectura de este libro puede desencadenar diferentes sensaciones, dependiendo de los diferentes lectores. Páginas profundas, para disfrutar con calma, de un testigo excepcional del siglo XX.

    

 





 

 

   
 

Muchos “problemas” nacen porque alguien los crea para beneficiarse y terminan extinguiéndose con la propia evolución de la especie humana, tal como puede ser la elucubración sobre la existencia de un “más allá”.

   
 
 
 
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